No guarde la vajilla durante la COVID-19
Reproducido con permiso de Christianity Today
La difunta Miranda Harris fue más conocida por fundar A Rocha con su marido Peter, hace 38 años. Pero Miranda también fue conocida por las hermosas cartas que enviaba desde lugares de todo el mundo.
Fui muy afortunada de recibir muchas de ellas. Llegaban a mi buzón de Tennessee con matasellos de Francia, India y Sudáfrica. Sus cartas cobraban vida con palabras de los Salmos, con novedades sobre la familia y palabras de ánimos; escritas con una letra preciosa hasta los bordes de la página. Escribía como vivía, desbordadamente.
La fiel costumbre de Miranda de escribir cartas formaba parte de su don para hacer participar a los demás de su vida. También lo era la mesa familiar de los Harris. Al principio del ministerio de la pareja, es bien sabido que Miranda gastó sus primeras ganancias en una gran mesa de comedor.
La casa de A Rocha, en la costa de Portugal, fue un centro de estudios que, en aquellos primeros años, también servía de casa familiar. Ellos recibieron a viajeros y científicos, observadores de aves, evaluadores de campo e investigadores (y el ocasional huésped especial, el recuperado búho o ave canora). La extravagante compra de Miranda de una mesa de comedor, hizo de la hospitalidad una prioridad. La comunidad giraba en torno a esta mesa a través de la conversación, las celebraciones y el tiempo habitualmente compartido durante las comidas.
He pensado en esta imagen a menudo durante este año, ya que nuestras mesas familiares han sido reducidas en tamaño durante la pandemia. Tanto si vives solo, como con tu pareja, o con amigos o en otras formas de familia; la restricción de nuestra actividad social, probablemente te ha hecho sentir aislado.
Sería más fácil elegir comer delante de una pantalla, apartado de los demás, o escondido bajo los auriculares. Aunque todos necesitamos un tiempo para estar apartados, especialmente cuando estamos cerca, mantener los ritmos ceremoniales de una habitual comida familiar puede unirnos, incluso cuando sentimos la inevitable tensión de la intimidad. (A nuestros seres queridos, que están cerca en nuestro corazón pero no en la proximidad, las llamadas telefónicas frecuentes o mensajes alegres, pueden dar un consuelo tangible y recordarles que los valoramos ).
Los hábitos sagrados son a menudo hábitos silenciosos. Reunirse a comer a la misma hora con las mismas personas, nos demuestra de que pertenecemos a un grupo. Este tipo de apoyo es más sustancial que las verduras en un plato. Quienes somos empieza aquí. A largo plazo, las relaciones son sostenidas por los hábitos de hospitalidad, sin importar la escala.
Compramos nuestra pequeña mesa de comedor redonda a un vecino en Craigslist. Es justo lo que necesitamos por ahora, pero un día esperamos tener una mesa en donde podamos celebrar un banquete con amigos y vecinos.
Todavía tengo la última carta que me envió Miranda en mi mesita de noche, y extraño poder sentarme a la mesa frente a ella. Al celebrar la vida de Miranda, sonrío cuando pienso en el despliegue que ella hacía sobre su gran mesa. El legado de su hospitalidad brilla aún más durante esta larga época de distanciamiento social. Aunque durante un tiempo podemos estar alejados de nuestros seres queridos y nuestros platos en la mesa sean pocos, el hábito de juntarnos con las pocas personas que tenemos cerca, forjará nuestros corazones para el momento en que podamos volver a reunirnos todos alrededor de una mesa grande.
Por eso, ¡qué riqueza que Dios mismo nos prepare una mesa (Salmo 23)! En la propia mesa de Dios, él es el alimento, la celebración y el anfitrión. A lo largo de la historia, la Iglesia ha estado a menudo dispersa, y la Cena del Señor es una demostración de la hospitalidad de Dios hacia nosotros, mientras recordamos la muerte y resurrección de Jesús hasta que el vuelva.
En este sentido, la extravagante compra de la mesa de Miranda tiene un significado aún más profundo. Un día, volveremos a reunirnos en una mesa todos juntos para un banquete de bienvenida. Desde ese punto de vista, poner los platos y los tenedores puede convertirse en una liturgia de comunión. Sólo por el hecho de presentarnos, recibimos la provisión de Dios mientras nos pasamos las habas verdes y las patatas. Cuando nos reunimos, el Espíritu de Dios infunde esperanza en los cauces de nuestra vida.
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