Historia de dos tifones y un huracán
Me despertó un destello intenso y un estallido ensordecedor, a pesar de los tapones de los oídos y el antifaz. [tweet_dis]¿Era una bomba? No, era el tifón Mangkhut (denominado Ompong en la región), la mayor tormenta registrada en todo el mundo desde que comenzó este año[/tweet_dis]. Pasó muy al norte de Manila, pero una tormenta de 800 km de diámetro ejerce un impacto enorme. El estallido probablemente fue un rayo que cayó sobre una infraestructura eléctrica, puesto que fue seguido de un corte de corriente. Por la mañana había ramas y árboles caídos esparcidos por todas partes e inundaciones en las zonas más bajas, pero la Gran Manila estaba relativamente indemne. Los filipinos están acostumbrados a los tifones: tienen más de 20 cada año, y bromean con el hecho de que el sistema alfabético actual para ponerles nombre es redundante ahora que tienen tantos.
No obstante, el Mangkhut no fue ninguna broma. Más al norte, más de 100 personas perdieron la vida, muchas en corrimientos de tierras agravados por la deforestación y la minería artesana ilegal. Cientos de miles sufrieron daños en sus hogares, y la provisión de alimentos para millones de personas este año quedó destruida. En Filipinas la gente es fuerte. En Manila se desplegaron rápidamente las vallas publicitarias, se replantaron los árboles y se estableció de nuevo el suministro de energía en cuestión de horas, y la conferencia sobre el Cuidado de la Creación en la que yo participaba se celebró la mañana siguiente al paso del Mangkhut, tal como estaba previsto. Pero la resiliencia tiene sus límites. A medida que el clima cada vez más cálido calienta la superficie del océano, [tweet_dis excerpt=»Las tormentas estacionales habituales se convierten en huracanes más potentes y mortíferos y ningún nivel de preparación es suficiente #CambioClimatico»]las tormentas estacionales habituales se convierten en huracanes y tifones más potentes y mortíferos y ningún nivel de preparación es suficiente[/tweet_dis], en especial si se es pobre. Al mismo tiempo que el Mangkhut golpeaba las Filipinas, el huracán Florence descargaba más de 750 milímetros de lluvia en las Carolinas, ocasionando daños por valor de 38.000 millones de dólares según las estimaciones. A pesar de las infraestructuras modernas y de los muchos avisos (el Florence tuvo una cobertura mediática mucho mayor aunque era mucho más pequeño), ni siquiera los Estados Unidos cuentan con la resiliencia necesaria para soportar la violencia del caos climático.
De alguna manera, el tifón Mangkhut me pareció algo personal. En julio pasado estuve en Taiwán cuanto el tifón Nesat pasó por Taipei ocasionando cortes de energía, daños estructurales y la cancelación de un compromiso que tenía para predicar. Mi habitación de hotel estaba en el piso 25 y me sentí muy vulnerable cuando todo el edificio chirriaba y por el exterior pasaban escombros volando. También había algo irónico en el hecho de ser un «turista de tifones» cuando yo había ido allí para hablar sobre el cuidado de la creación. En especial porque soy muy consciente de que las emisiones de CO2 de mi viaje contribuyen a las causas subyacentes.
[tweet_box design=»default» float=»none»]Construir comunidades humanas fuertes mediante las estrategias de desarrollo tradicionales está condenado al fracaso; el reto que presenté en la Consulta Global de la Red Miqueas fue pensar de nuevo a fondo lo que hacemos.[/tweet_box]
Viajé a Filipinas principalmente para una Consulta Global de la Red Miqueas sobre la resiliencia. El público estaba formado por 450 líderes cristianos de cerca de 70 países, la mayoría de los cuales trabajan en misiones y en agencias de desarrollo. Durante mi presentación hice hincapié en el hecho de que construir comunidades humanas fuertes mediante las estrategias de desarrollo tradicionales está condenado al fracaso. La naturaleza está perdiendo rápidamente su resiliencia y se prevé una disminución del 67% en las poblaciones de vida salvaje para el año 2020, y para el año 2050 se prevé una reducción superior al 50% en las cosechas de los países más pobres del mundo, y con el estrés hídrico, las inundaciones y sequías extremas, la deforestación y la contaminación del aire, el suelo y el agua potable en rápido aumento. El reto que planteé a mis colegas fue pensar de nuevo a fondo lo que hacemos.
[tweet_dis]Tenemos que reconocer que el gran relato de Dios va más allá de salvar a la humanidad, e incluye los designios de Dios para todo el orden creado[/tweet_dis]. Tenemos que entender nuestra total interdependencia de la provisión de la creación (descrita a menudo mediante el estéril término «servicios ecosistémicos»). Tenemos que saber que vivimos en un mundo interconectado en el que nuestros estilos de vida afectan a nuestro vecindario a nivel global, en especial a los más pobres, y que todos nos enfrentamos a elecciones difíciles en cuanto a viajes, alimentos, energía y vestido. Necesitamos estar informados y ser responsables de esas elecciones y hacer todo cuanto podamos por mitigar cualquier daño (por ejemplo, A Rocha International compensa todos los vuelos a través de Climate Stewards). Apoyar la llamada de A Rocha International sobre cosechas, vida salvaje y sustento es una manera magnífica de hacerlo.
Mi última exhortación fue que vivamos una “teología del manglar”. Basada en Jeremías 29:4–7, donde Dios reta al pueblo de Israel a que establezca profundas raíces ecológicas, sociales, económicas y espirituales en Babilonia, incluyendo la plantación de huertos y el consumo de sus productos. Creo que Dios llama a los cristianos a enraizarse profundamente en los lugares y comunidades donde Dios les planta. Los manglares, presentes en todas las regiones tropicales del mundo, tienen una extraordinaria capacidad para crear resiliencia mediante su complejo sistema de raíces interconectadas, que retienen la tierra en el límite entre tierra y mar, evitando la erosión y alimentando la vida, proporcionando cobijo y alimento a multitud de criaturas distintas. Cuando nos enfrentamos a un mundo cada vez más caótico, necesitamos comunidades cristianas comprometidas con la lenta disciplina de estudiar y cuidar los lugares y las personas donde Dios les ha plantado. Necesitamos encontrar nuestro significado y nuestra realización, no en posesiones desechables y en la gratificación inmediata sino fomentando relaciones a largo plazo.
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[tweet_box design=»default» float=»none»]Plantar árboles y cuidarles debe considerarse una forma de discipulado. Preservar la integridad de la tierra, los ríos, los arrecifes de coral y los bosques debe considerarse una llamada misional.[/tweet_box]
Quizá no podamos detener los próximos tifones y huracanes, pero al vivir más sabia y humildemente en el mundo de Dios podremos mitigar sus peores efectos, mostrar solidaridad con las víctimas de nuestras elecciones egoístas, atestiguar lo que es verdaderamente importante y convertirnos en faros de luz y esperanza que muestren que un camino diferente es posible.
Imagen pequeña: El tifón Mangkhut sobre el Mar de Filipinas en el momento de mayor intensidad, el 12 de septiembre de 2018 (fuente). Imagen obtenida por el satélite Himawari-8 de la Agencia Meteorológica Japonesa.
Traducción: Marisa Raich
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