Postales desde Oriente Medio, por Chris Naylor: 1. Primera exploración en el Líbano
Verano 1995: humedal de Aammiq, valle de la Bekaa, Líbano
Fui caminando tranquilamente hacia los chicos que intentaban matar a las serpientes.
“¿Quieres intentarlo?” preguntó el tirador más cercano.
“No, gracias. Me gustan las serpientes y no quiero matar a una criatura indefensa que no me está causando ningún mal,” contesté.
“¡Habla como Yusef!” exclamó un chico alto, impecablemente vestido, mientras arrojaba su botella vacía de Coca-Cola al cercano estanque. “Le gustan las serpientes; le gustan todos los animales asquerosos.”
Decidí que tenía que conocer a Yusef, así que tras explicar que yo sería el nuevo profesor de ciencias de la gran escuela secundaria del valle (lo que pareció explicarles mis extrañas ideas sobre la vida animal), una pandilla de niños y jóvenes me escoltó por el corazón del humedal en busca de Yusef. Los chicos conocían bien los caminos que zigzagueaban por las partes más secas del carrizal y los prados escondidos que nos adentraban en el pantano, alejándonos del ruido del tráfico y la gente y acercándonos a un mundo inmóvil, protegido por cortinas de cañas blanqueadas por el sol, con suaves copas plumosas alzándose hacia el cielo de color azul aciano.
Al principio trajimos nuestro propio ruido con nosotros, chillones y estridentes mientras el séquito se divertía con la energía del grupo y se abrían rieles de agua hacia la maleza. Garzas moradas salían de sus escondites en el último momento, estallando en una explosión de alas que alzaban sus largos cuerpos esquivando las cañas. Pero pronto nos cautivó la magia, y el silencio cayó sobre el grupo. Seguimos caminos abiertos por criaturas salvajes, jabalíes y quizás hienas o gatos de los pantanos –lejos de la carretera que con su manto de hierba servía de anfitrión a los festejos del pueblo– hacia un oasis de paz todavía virgen de contacto humano.
“¡Parad!”, gritó Abdallah, nuestro auto-impuesto líder, señalando una valla ladeada con un solitario cable que rodeaba una esquina del prado, enclavada a ambos lados de una curva pronunciada de un riachuelo.
“¡Al Gaam! ¡Minas!”
Parece que no era tan virgen como parecía. Como para acentuar la contraposición de realidades, un fuerte estallido explotó más adelante, seguido de cerca por una segunda explosión; aviones israelíes, que rompían la barrera del sonido de camino a casa. Sin hacerse esperar, aparecieron caminos de humo blanco en el cielo, indicando la interrupción mientras el vecino del Líbano hacia exhibición de su poder militar, en caso de que alguien se hubiera olvidado de que controlaba el cielo. Un evento cotidiano que apenas interrumpía brevemente el flujo de una conversación, pero el humedal estalló cuando aparecieron grandes bandadas de patos procedentes de los estanques ocultos. Pronto estuvieron volando en espiral, tocando tierra en primer lugar las minúsculas formas de las aves limícolas, seguidas por los patos que huían de los cazadores y luchaban por encontrar un lugar donde posarse con seguridad.
Estaba siendo bombardeado con emociones. En el increíble estado de paz y vida silvestre del lugar, con el sol a nuestras espaldas y la majestuosidad de las montañas del este extendiéndose hacia el desierto sirio que se extendía más allá, allí estaba yo disfrutando de la compañía de un grupo de chicos con un entusiasmo contagioso, en un santuario de una excepcional belleza natural. Unos pasos más allá y uno o varios de nosotros habríamos saltado en pedazos.
También trataba de entender las actitudes de los jóvenes libaneses con los que me había ido topando. Estaba claro que amaban este lugar, pero desde mi muy británica perspectiva lo degradaban con su basura, ruido y caza aleatoria. ¿Era este el típico comportamiento libanés? ¿Formaba parte de su cultura, o aquí las actitudes eran tan diversas como en mi país? ¿Existía una opinión libanesa sobre la caza, la naturaleza, el ruido… lo que fuera? ¿Los libaneses veían su entorno como los otros árabes? ¿Había una manera árabe de ver el mundo?
Estas son preguntas sobre identidad, y mientras escribo sobre este tema siento como si estuviera nuevamente en ese campo de minas en el pantano. Estoy convencido de que si doy un mal paso volaré en pedazos. Pero es un territorio que necesita ser bien delineado. En muchos sentidos, este libro es un intento de crear patrones y conexiones a partir de nuestras experiencias como familia británica que vivía en el mundo árabe, de comprenderlo mejor a él y a sus gentes.
Este es el primero de seis extractos del libro Postales desde Oriente Medio, de Chris Naylor. Edición Lion Hudson de marzo 2015, que puede adquirirse a través de su página en el sitio web de Lion Hudson
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