¿Puede un cristiano ser un activista climático?
¿No debería ser la disminución de la pobreza la mayor prioridad mundial? ¿No se va a acabar el mundo de todos modos? ¿Están los activistas del cambio climático tratando de jugar a ser Dios? Todas estas preguntas son planteadas por individuos bien intencionados, que pueden no ver el cambio climático como algo de alto riesgo.
Al abordar estas preguntas, podemos considerar que los cristianos, y los miembros de todos los grupos religiosos, pueden desempeñar un papel clave en la dirección de la acción climática. El impulso moral y ético para la administración del medio ambiente es claro. Con el 84% de la población mundial identificada con un grupo religioso, las comunidades religiosas pueden y deben ser catalizadoras del cambio.
¿No debería ser la disminucion de la pobreza la mayor prioridad mundial?
Una crítica común que se hace a la acción contra el cambio climático es que compromete otras iniciativas de desarrollo. Se argumenta que los esfuerzos de ayuda deberían centrarse principalmente en la disminución de la pobreza. Irónicamente, este pensamiento ha sido más relevante en los países post-industriales. Por el contrario, las personas de fe de los países en desarrollo, que a menudo integran comunidades agrícolas pobres, son las que más se adaptan a la dependencia de la naturaleza para el desarrollo humano.
La redención de Dios ha sido la motivación detrás del trabajo humanitario cristiano. Pero en el afán de mostrar la salvación de Dios, uno de los mayores peligros de las iglesias hoy en día, es no tener en cuenta su creación. La desvinculación de estos dos conceptos ha hecho que las iniciativas medioambientales queden rezagadas. Sin embargo, el mayor acto de redención fue motivado por el amor de Dios por el mundo, o el universo entero.
Además, la urgencia de la acción sobre el cambio climático a menudo pierde la atención en Occidente, por los debates sobre las tecnologías de mitigación. Sin embargo, la adaptación al clima suele quedar atrás en la formulación de políticas. El cambio climático no sólo afecta desproporcionadamente a los países en desarrollo, sino que sus peores efectos los sufren los pobres. Para garantizar un futuro sostenible a las próximas generaciones, la acción climática y la mitigación de la pobreza deben ir de la mano.
¿No se va a acabar el mundo de todas formas?
Hay un argumento comprensible para el cuidado de la creación y su alineamiento con la escatología, o el fin de los tiempos, en la fe cristiana. Esto presenta no sólo una visión intergeneracional, sino también una visión eterna para el mundo.
El argumento más convincente para la acción contra el cambio climático, independientemente del resultado, proviene del contínuo trabajo de Dios en la reconciliación de todas las cosas en la tierra y en los cielos (Colosenses 1:15-20).
Para los cristianos, la promesa de que un día la tierra será renovada, revitaliza el llamado a amar no sólo a nuestro prójimo sino también al hogar eterno en el cual moraremos.
¿Los activistas climáticos están tratando de jugar a ser Dios?
Al igual que el escepticismo que la ciencia moderna ha enfrentado a lo largo de los siglos, a menudo se considera que las soluciones climáticas son una usurpación al poder de Dios, en particular con respecto a ideas como las de la geoingeniería. Si bien el escepticismo ante tales soluciones es sano, y se requiere una investigación más rigurosa, tales argumentos deben ser separados de las desestimaciones generales.
Una analogía con la profesión médica es útil: debemos distinguir entre la cura y el médico. Para una persona de fe, la administración del medio ambiente humano es algo diferente a la soberanía divina. A la luz de los argumentos anteriores, la lucha por la justicia climática se realiza por reverencia al Creador y a su mundo, en oposición a la insolencia contra su voluntad.
Lo más importante, es que seguir a Dios puede ayudar a desenterrar una raíz fundamental de la crisis climática, la crisis dentro de nuestros corazones. Es el corazón humano que ha promovido el consumo excesivo y la degradación de nuestro planeta. Desde esta perspectiva, nuestro actual estilo de vida, sostenido por el dominio sobre los recursos naturales, puede ser considerado como un intento de jugar a ser Dios.
Por el contrario, el activismo contra el cambio climático exige una reorientación de nuestras vidas, un intento de vivir en armonía con el mundo que nos rodea. Este cambio de mentalidad implica que cada uno tiene un rol que desempeñar, no sólo los activistas o los conservacionistas. Se trata de repensar cómo nuestros estilos de vida, carreras, voluntariado y donaciones se alinean con la sustetabilidad.
La sociedad toda y el amor al prójimo, que es la base de muchas comunidades religiosas y no religiosas, debe estar en el centro de las soluciones al cambio climáticas. Los lugares y comunidades de culto deben estar a bordo. En un mundo en el que la religión es a menudo la causa y no la solución de los problemas, la fe puede ser un faro de esperanza para la acción contra el cambio climático.
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