Postales desde Oriente Medio, por Chris Naylor: 5. Conversaciones sobre conservación
2000: Jabal Rihan, Líbano
Estaba en un bosque con Abouna, un sacerdote melquita al que había conocido en Beirut…
Abouna había reunido a un grupo de científicos para inventariar el bosque, con el fin de presentar un proyecto a las autoridades; un catálogo de las riquezas que habían sobrevivido, contra todo pronóstico, en este precioso fragmento y artefacto de guerra. La mayoría de los árboles de la zona habían desaparecido hacía tiempo, pero la amenaza actual para el hábitat ya no era el conflicto armado, sino una explosión de desarrollo; un boom inmobiliario. Si se repetía la experiencia de Beirut, la mayoría de los hábitats naturales se destruirían durante los años de post-guerra. En la carrera del crecimiento las leyes a menudo eran inadecuadas o ignoradas, y las zonas naturales destinadas a la expansión urbana eran mal comprendidas y poco estudiadas. Al convertirse el cemento en el nuevo hábitat de la zona, la naturaleza quedó literalmente condenada.
Abouna sabía que la población que regresaba a la zona tras la ocupación israelí necesitaba casas, escuelas, comercios y carreteras. Pero también era consciente de que habían recibido una herencia de generaciones anteriores. Había estado guardada bajo llave, y ahora de repente era inesperadamente valiosa y única. Con planificación y cuidado, las comunidades podrían crecer al tiempo que preservaban su legado natural. El pueblo podría conservar su telón de fondo de roble y pistacho, sicomoro y mirto, mientras acogía a refugiados que regresaban y educaba a sus niños.
Sin embargo, llevar a una comunidad hasta el punto de que esté dispuesta a limitar sus ambiciones, a poner límites a su desarrollo, precisa largas conversaciones. Nuestro control de aves ofrecía algo de contexto para el debate, pero Abouna también tomó ejemplo de la implicación de la comunidad en Aammiq. Nos fuimos dando cuenta de que eso era útil. Es cierto que con frecuencia nos pedían que realizáramos (y a veces nos pagaban por ello) estudios de la vida silvestre en áreas que necesitaban conservación, para presentar una propuesta científica para su protección, pero lo que era aún más frecuente era que vinieran grupos a Aammiq para ver cómo una comunidad podía dialogar y decidir prohibirse a sí misma un consumo ilimitado de tierra, recursos y naturaleza en beneficio de todos y para dejar un legado a futuras generaciones.
Una de las mejores partes de participar en un diálogo comunitario es a quién conoces y a quién reclutas para ayudar a reunir la información que permita tomar decisiones informadas. A Rocha aportó tres cosas a las conversaciones mantenidas en Aammiq.
En primer lugar, reclutamos a un grupo de expertos que pudieran estudiar el ecosistema del humedal y responder a preguntas como, por ejemplo: “¿Qué plantas y animales viven ahí? ¿Qué necesitan para salir adelante? ¿Cómo funciona el humedal? ¿Qué partes son prioritarias para el control de inundaciones, la retención del agua, etc.?”
En segundo lugar, ayudamos a que la comunidad experimentara la majestuosidad y delicia de la creación. Esto ocurrió en dos lugares: por supuesto que uno fue el humedal, con niños y niñas entusiasmados que capturaban renacuajos, adultos alucinados por el plumaje iridiscente del martín pescador y agricultores que aprendían sobre el micro-clima creado por el humedal y que beneficiaba sus cultivos. Aunque también ocurrió en iglesias donde, junto con las congregaciones, analizábamos el mensaje bíblico de conservar la creación y cuidar de ella. Uno de mis versículos preferidos para dar comienzo a las discusiones era quizá el más conocido de la Biblia: “Porque de tal manera amó Dios al [cosmos], que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”.[1] Con sólo utilizar el original griego “cosmos” en vez de “mundo”, conseguía alterar las visiones preconcebidas y hacía que la gente escuchara y hablara.
En tercer lugar, trabajamos con los propietarios y la comunidad para implementar el proyecto de protección y recuperación del hábitat, supervisando el cierre de acequias, abriendo pozas, construyendo presas, plantando árboles, y otras cien cosas que conforman un proyecto comunitario de conservación.
También es una conversación a nivel global. Los terratenientes, agricultores, científicos, pobladores, montañistas, artistas y cazadores de Aammiq son actores en un micro-cosmos. Por todo el mundo hay comunidades enfrascadas en el mismo debate. La razón es que estos temas no pueden quedar limitados por fronteras comunales, locales, nacionales ni regionales; es un verdadero diálogo global.
Por desgracia en los diálogos globales, a diferencia de los locales, suele haber una conexión fallida; los responsables de la mayor parte del consumo no son los más conscientes de la destrucción. Podemos tener nuestros muebles de madera noble sin ver la pérdida de los bosques de Indonesia, y habrá comunidades en las Maldivas que pierdan su hogar por la elevación del nivel del mar sin haber emitido a la atmósfera su parte equitativa de dióxido de carbono. Esto no es así a nivel local.
[1] Juan 3:16, versión Reina Valera Contemporánea.
Este es el quinto de seis extractos de Postales desde Oriente Medio, de Chris Naylor. Publicado por la editorial Lion Hudson en marzo 2015, puede pedirse en la página web de Lion Hudson
Traducción por Clara del Campo / Marisa Raich
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