18 abril 2016 | Peter Harris | 0 comentarios

Financiar la conservación sin que nos cueste la tierra

La generosidad es una cosa curiosa. Parece tan sencillo meterse la mano en el bolsillo si vemos a alguien necesitado o si nos gusta lo que hacen. ¡Claro que queremos ayudar! En Europa hemos visto recientemente la llegada desesperada de cientos de miles de migrantes desde lugares del mundo asolados por la guerra y el hambre. Con el paso del tiempo, queda muy claro que los instintos iniciales impulsivos pronto necesitan transformarse en planes más sostenibles y mejor pensados.

Las crisis ecológicas que con frecuencia subyacen en la agitación política y social con frecuencia no llegan a los periódicos, pero no por eso dejan de ser urgentes y reales. En general, se acepta que el nivel de financiación dedicado actualmente a abordarlas es absolutamente insuficiente. Según Simon Stuart, presidente de la Comisión para la Supervivencia de las Especies de la UICN, una entidad que da seguimiento a las amenazas para las especies en el mundo: «El gasto mundial total en conservación de la naturaleza es probablemente de unas decenas de miles de millones de dólares estadounidenses al año, una cifra virtualmente insignificante comparada con la economía global. En comparación con el gasto en defensa, comercio, agricultura, salud o seguridad social, es prácticamente invisible. La cantidad que se invierte anualmente por medio de subsidios gubernamentales para destruir la naturaleza supera con creces la gastada en conservarla. Teniendo en cuenta todo esto, resulta asombroso el impacto positivo que tiene realmente esa ínfima inversión en conservación. Si pagáramos lo que realmente cuesta evitar las extinciones (quizá un aumento de cien veces en el gasto, cosa que continuaría siendo muy reducida en términos de economía global), sin duda veríamos beneficios dramáticos. Los científicos han demostrado que la cantidad total de financiación requerida para cumplir con las metas acordadas a nivel mundial para mitigar la pérdida de la biodiversidad sería inferior al 20 por ciento del gasto mundial en consumo de refrescos».[*]

El mensaje es que la conservación funciona y que costaría relativamente poco hacer una diferencia contundente.

Costa Rican Variable Harlequin Toad, Atelopus varius (photo by Robin Moore)

LEYENDA DE LA FOTO: La Alianza para la Supervivencia de los Anfibios intenta documentar la situación de supervivencia y la ubicación de especies amenazadas de anfibios que no han sido vistas en más de una década. Es un trabajo de campo vital, pero de coste relativamente bajo. La rana pintada o rana arlequín, Atelopus varius, desapareció de las selvas de Costa Rica y Panamá antes de volver a ser descubierta en 2003. FOTO: Robin Moore

Financiar las soluciones para la pérdida acelerada de la biodiversidad o apoyar el buen trabajo que se ocupa de cuidar de la creación que nos sostiene a todos, precisa reflexión y experiencia, así como una sabia generosidad. Existen oportunidades financieras y comerciales que los inversionistas de impacto deben tener en cuenta. Sin embargo, están mucho mejor desarrollados en el área del alivio de la pobreza humana que en afrontar la pérdida de la biodiversidad. Así, al menos a corto plazo, la filantropía en sus múltiples y diversas formas parecer ser la respuesta más efectiva.

Más allá de la generosidad tanto en los negocios como en la cultura personal, parece que hay una cosa obvia que se puede hacer y que conllevaría un beneficio doble. Simplemente se trata de decidir crear nuestra riqueza y administrar nuestros ahorros de maneras que coincidan con nuestras intenciones generosas. El modelo tradicional de financiación por filantropía, incluso en algunas fundaciones poderosas y reconocidas, es que se hace dinero agotando la creación e incluso a veces empobreciendo comunidades humanas, para luego donar el excedente según valores bastante diferentes y más benévolos. ¿No produciría una ganancia doble que las empresas y fondos de inversión ganaran originalmente el dinero de maneras que dejaran la creación más floreciente y a la gente viviendo con mayor capacidad de resistencia? No solo habría menos necesidades urgentes que satisfacer, sino que el dinero donado provendría de un trabajo realmente alineado con las intenciones generosas de los donantes.

Finalmente, por supuesto, los negocios y los fondos que tengan en cuenta el triple resultado de la sostenibilidad ambiental, la responsabilidad social y la buena gobernanza, resultarán más robustos de manera demostrable a largo plazo y, por ende, constituirán una mejor esperanza para los inversionistas.

De manera que todo ello tiene sentido y nos obliga a preguntarnos por qué sucede con una frecuencia tan relativamente baja. La respuesta simple, apropiada para publicarla en un blog, parece ser que la conveniencia a corto plazo y el beneficio financiero superan tanto el sentido común como nuestras buenas intenciones. Parece que estemos dispuestos a arriesgar nuestro mundo y el de nuestros nietos por un cálculo basado en una ganancia trimestral o un ciclo político de dos años. De manera que quienes creen realmente que algunas cosas importan más que la ganancia a corto plazo o el valor inmediato para los accionistas, como los cristianos en los mundos de las finanzas, los negocios, las leyes o la política, necesitan nuestro apoyo y nuestras oraciones para que tengan la valentía y la creatividad necesarias para diseñar mejores caminos para avanzar. A medida que múltiples crisis ecológicas siguen haciendo mella en nuestros corazones, mentes e imaginaciones, debemos tener la esperanza de que se nos otorgue la gracia para cambiar y para hallar una mayor sabiduría.

Pocas de las buenas causas que apoyan los filántropos tienen mucho futuro, a menos que puedan enraizarse en un planeta vivo.

[*] Stuart, S. (2014). «Coming Back from the Brink». En: G. Goodman (ed.). Biophilia. Synchronicity Earth, pp. 48-57. Londres.

Traducción: Carlos González-Rivera / Marisa Raich

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Categorías: Reflexiones
Sobre Peter Harris

Peter y Miranda se mudaron a Portugal en 1983 para fundar y poner en funcionamiento el primer centro de estudios de campo de A Rocha. Con sus cuatro hijos, vivieron en el centro durante doce años hasta que en 1995 el trabajo fue transferido a un liderazgo nacional. Entonces se mudaron para fundar el primer centro de A Rocha en Francia cerca de Arles, y vivieron allí hasta 2010 proporcionando coordinación y aportando liderazgo al movimiento global en rápido crecimiento. Ahora han regresado al Reino Unido, desde donde trabajan para apoyar a la familia A Rocha en todo el mundo al tiempo que se mantienen cerca de la suya propia, especialmente de sus nietos. Su historia se relata en Under the Bright Wings (“Bajo las alas brillantes”, 1993) y Kingfisher’s Fire (“El fuego del martín pescador”, 2008).

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