Los cinco compromisos básicos de A Rocha vividos por John Stott – 4: Comunidad
Comunidad es una palabra complicada. Es como uno de esos enormes camiones que atruenan al circular por la autopista, en los que no siempre es evidente la carga que llevan. Es un término emotivo que puede despertar nostalgia, pánico, o simplemente una leve curiosidad. Al ser uno de los compromisos fundamentales de A Rocha, hemos tratado de definir lo que significa para nosotros y por qué la consideramos el centro de nuestra identidad organizativa, reconociendo al mismo tiempo que hay un número casi infinito de formas creativas de expresarla. ¿Por qué es tan importante? ¿Y por qué John Stott fue tan bueno en eso en tantos niveles diferentes?
En primer lugar es importante porque, como la iglesia, es un hecho, no es algo a lo que podamos apuntarnos o no según el tiempo que nos quede libre una vez cumplidas las obligaciones laborales y familiares, ni una especie de pasatiempo al que dedicarse durante los fines de semana. “No somos nosotros mismos por nosotros mismos”, escribió Eugene Peterson, “nacemos en comunidades, vivimos en comunidades, morimos en comunidades. Los seres humanos no son criaturas solitarias y autosuficientes”.
Los cristianos siempre han entendido la comunidad mejor que la mayoría. El único y verdadero Dios al que adoramos tiene su ser en tres partes iguales e interdependientes, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La primera iglesia funcionó como un organismo interdependiente, compartiendo todas las cosas en común. La construcción de la comunidad en nuestros días requiere más intencionalidad, ya que pertenecemos a una sociedad que está innegablemente y descaradamente comprometida con el individualismo. (Y un montón de otros “ismos” que no pertenecen a este blog.)
Como una persona sola, un líder excepcional y que viajó muy a menudo y muy lejos, John podría haber eludido este difícil aspecto del discipulado. Su personalidad, sus antecedentes familiares y su educación no le equiparon necesariamente bien para las relaciones personales cercanas. En sus primeros días como rector de All Souls’ Langham Place, era conocido por ser particularmente cauteloso en sus relaciones con las mujeres de su congregación que le admiraban, a las que en ocasiones se refería como las Langham Ladies, ¡una de las cuales, al menos una vez, planchó tiernamente su sobrepelliz! En los últimos años creo que cada vez más se permitió a sí mismo incorporarse a numerosas comunidades como un miembro de la familia, amado tanto por los niños como por los adultos por igual. Podría decirse que se unió a la pequeña comunidad de nuestra propia familia un caluroso día de junio de 1985. Entró, elegante, por la puerta principal de la casa portuguesa que teníamos alquilada. Yo, tratando desesperadamente de evitar una crisis inminente en la cocina, metí de un empujón a nuestro bebé de tres semanas en los brazos de un extraño de pelo blanco vestido con un traje azul claro, que estaba de pie en el oscuro recibidor. Al volver unos minutos más tarde me encontré a John meciendo suavemente a nuestra hija, chasqueando la lengua de manera reconfortante, y nos presentamos. Así comenzaron veinticinco años de amistad con nuestra familia. Estas historias se multiplican cientos de veces en todo el mundo.
Debo añadir que su soltería no fue obstáculo para ofrecer generosa hospitalidad y recibirla ¡aunque es preciso reconocer con gratitud el papel crucial que jugó su notable secretaria y amiga Frances Whitehead en la obtención real de alimentos y bebidas para la mesa!. Ya sea en la rectoría en los primeros días de su ministerio en All Souls’ – que, por cierto, compartió con una sucesión de estudiantes y otras personas, – o más tarde en su minúsculo apartamento de Bridford Mews, un sinnúmero de personas fueron bienvenidas en su hogar.
Había una alegría lúdica en John que no se ve a menudo en público, pero conocida por su familia y sus muchos amigos. “The Hookses”, en Pembrokeshire, fue escenario de innumerables reuniones y se convirtió en una especie de comunidad por derecho propio, sobre la que John presidió con medidas igualitarias de trabajo enfocado y resuelta relajación. Pasamos días haciendo caminos de hormigón, construyendo miradores para observar aves, limpiando desagües o dragando el estanque. Frecuentemente pasábamos las veladas leyendo en voz alta, a menudo las historias de Saki que a John le divertían. ¡Uno de los visitantes fue reprendido suavemente por no reír en voz lo bastante alta, y fue alentado a relajarse y disfrutar más libremente! De vuelta en Londres, Frances Whitehead, junto con una serie de talentosos jóvenes estudiantes asistentes, se convirtió en la más firme y más permanente de todas las comunidades a las que John pertenecía, a la que en todo momento se refería como “el triunvirato feliz”.
John era muy claro acerca de la responsabilidad de los cristianos de pertenecer a una iglesia. Su propia comunidad de la iglesia local de toda la vida fue All Souls’, y su compromiso y lealtad a ella nunca flaqueó a lo largo de los años. De hecho, incluso cuando era estudiante en Rugby, líder en muchos campamentos cristianos, y más tarde como estudiante de licenciatura en Cambridge, se tomó muy en serio su compromiso de construir comunidades cristianas extremadamente serias, convocando interminables encuentros. Estos a menudo se convertían en grupos regulares, por lo general para la discusión y el estudio, para animar a los jóvenes a integrar la fe con los complejos problemas contemporáneos mediante la participación en lo que llamó “doble escucha” – escuchar la voz de Cristo y la voz de la cultura. De este modo nacieron muchas comunidades pequeñas. Al igual que con todo lo demás que emprendió, sin embargo, estas iniciativas nunca fueron casuales o meramente sociales, sino intencionadas y con propósito.
La participación en la comunidad de la iglesia mundial ocupaba una creciente cantidad de tiempo y energía de John. Estaba apasionadamente comprometido con la unidad basada en la verdad bíblica, y siempre que era posible trataba de tender puentes entre las divisiones teológicas y eclesiásticas por medio de la escucha atenta, el estudio riguroso y el debate vigoroso. Era diferente porque la primera vez que retaba a sus oponentes lo hacía cara a cara, nunca en conversaciones con otros ni en letra impresa. Y en su permanente empeño a lo largo de su vida de esforzarse por conectar la buena teología con estilos de vida piadosos, aplicaba continuamente su investigación académida a su propia vida y relaciones, y esperaba que los demás hicieran lo mismo.
Últimamente, el St Barnabas College se convirtió en la comunidad que John abrazó y a la que perteneció hasta los últimos días de su vida. Fiel a su carácter, trataba a todo el mundo allí, por humilde que fuera su papel, con el mismo aprecio y cortesía, y aún en tiempos de gran debilidad y dolor, su asombrosa memoria para los nombres sólo le falló al final. Por supuesto, John siempre tenía la mirada puesta en la única comunidad permanente de verdad, de las que todas las demás no eran sino un pequeño anticipo, ya que, como Abraham, “esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor” (Hebreos 11.10).
Traducción: María Eugenia Barrientos / Marisa Raich
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