Siembre yo amor
El día de San Valentín puede parecer simplemente un producto de nuestra cultura superficial y materialista. Corazones de color rosa, tarjetas empalagosas y obsequios chabacanos llenan automáticamente las estanterías que la Navidad ha dejado vacías. Pero intenten decirle esto a mi esposa… que espera sin falta una tarjeta, flores y una cena romántica en un restaurante.
Lo que ocurre es que el amor precisa actos para hacerlo real. Yo podría declarar «no necesito regalarte una tarjeta para demostrar que te quiero», y aunque es técnicamente cierto, si no lo hago sentiré como si no me hubiera molestado en hacer un esfuerzo… a menos que en lugar de eso, haga algo verdaderamente original y atento.
En la famosa Oración de San Francisco encontramos la corta frase «ponga yo amor», o en inglés más frecuentemente «siembre yo amor». (La plegaria no fue escrita por San Francisco, aunque algunas de las palabras podrían pertenecer a su compañero, el Hermano Gil.) Eso me hizo pensar en el amor y la conservación, porque amar es como sembrar un huerto o como alguna forma de cuidado del mundo natural. Amar, cultivar un huerto y la conservación son tareas de alto riesgo que implican dar algo pero sin ninguna garantía de recibir nada a cambio. Son una inversión de emoción, esfuerzo y tiempo. Las recompensas no son instantáneas (aunque el amor puede comenzar de esa manera), sino que implican apoyo y estima a largo plazo, «en lo bueno y en lo malo».
Cuando pienso en «siembrar amor» visualizo a algunos de mis colegas de A Rocha de todo el mundo y en la entrega sacrificada y desinteresada de sus vidas para proteger los bosques, los arrecifes de coral, los huertos urbanos y las comunidades humanas y no humanas a las que apoyan. ¿Qué otra cosa, si no el amor, da sentido a más de 30 años de trabajo frágil y en ocasiones impopular para proteger la Ria d’Alvor, en Portugal? ¿Qué otra cosa, si no el amor, ve alguna utilidad en plantar y regar plantones de huarango en los desiertos costeros del Perú? ¿Qué otra cosa, si no el amor (y la buena ciencia), dedica incontables horas a atrapar depredadores no nativos para salvar a un petrel marino amenazado (que lleva el maravilloso nombre de Oi) que anida en madrigueras de un monte de Nueva Zelanda? Como dice San Pablo, el amor «todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta».
Actualmente se habla mucho de poner precio a la naturaleza, a los servicios de ecosistemas y al capital natural. Sin embargo, es el amor –no el dinero– lo que hace que las personas se apasionen por la protección de la vida salvaje y los ecosistemas. Hay un lugar para las valoraciones económicas de la naturaleza con el fin de persuadir a quienes toman las decisiones y a los políticos, pero es mucho más importante llegar a los corazones de las personas. No leemos a Jesús diciendo «Dios hizo un análisis de costes y beneficios y calculó que el mundo era valioso». Leemos «Porque tanto amó Dios al mundo…».
En consecuencia, a riesgo de sucumbir al comercialismo extremo que he puesto en cuestión, permítanme que siembre una idea. Este día de San Valentín, tanto si tiene usted una historia de amor con una persona querida como si no la tiene, ¿por qué no correr un riesgo, tomar una decisión y hacer algo práctico para sembrar amor por la creación de Dios? No lo haga como sustituto de un regalo a su pareja (¡mi esposa se enfadaría mucho!), sino como algo extra especial. ¿Por qué no sembrar amor mediante la tienda en línea Gifts With a Difference (“Regalos que hacen la diferencia”) de A Rocha, y hacer una inversión arriesgada en árboles, en briquetas o en colmenas de abejas para comunidades marginales, y en alimentar los tiernos brotes de esperanza del hermoso y frágil mundo de Dios?
Traducción: Marisa Raich
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