La vida de Pi y el libro de Job
La película La vida de Pi, del director Ang Lee, es una obra maestra del cine, basada en la extraña y maravillosa novela del canadiense Yann Martel que ganó numerosos premios literarios, incluido el premio Booker de obras de ficción. Vi La vida de Pi la semana pasada, mientras me tomaba un descanso del trabajo de un doctorado que incluye estudiar la relevancia del libro de Job para la conservación de la vida silvestre. Mientras veía la película observé algunos paralelismos.
Por supuesto hay diferencias importantes también; la religión de Pi es una mezcla ecléctica y postmoderna de hinduismo, cristianismo y la religión islámica. No tenemos los ‘consoladores’ de Job que traen falsos mensajes de consuelo. En cambio, el principal compañero de Pi en su épico viaje en bote salvavidas es un tigre de Bengala adulto y hambriento. Pero las similitudes son sorprendentes. Ambas historias incluyen a gente temerosa de Dios que pierden todo lo más importante: familia, amigos, posesiones, salud, esperanza de futuro. Ambas historias luchan con la cuestión de la existencia de Dios y la naturaleza en un mundo de sufrimiento azaroso y terrible. Tanto Pi como Job tratan de preguntar tanto como de responder y dejan un montón de cabos sueltos, pero ambas historias también concluyen con reconfortantes finales familiares felices.
Lo más significante es que tanto La vida de Pi como Job alcanzan el clímax con una epifanía en medio de una tormenta terrorífica, un encuentro con y la revelación de Dios en el contexto de la naturaleza salvaje. Los detalles son diferentes (y no quiero incluir demasiada información sobre el desenlace), pero la asombrosa belleza del mundo natural, los peligros terribles y el completo misterio para los simples mortales se transmiten maravillosamente tanto en La vida de Pi como en Job 38–41. Se pone a Job y a Pi en su sitio, pero simultáneamente quedan atrapados en algo mucho más grande que mejora la vida, y lleno de Dios, sin dejar lugar a dudas de que Dios es verdaderamente Dios.
Cuando Pi vuelve a contar su historia, al principio le reciben con incredulidad, por lo que proporciona una más creíble, más prosaica. Entonces pregunta ‘¿Qué historia les gusta más?’ y le responden ‘La historia con los animales’, y Pi contesta ‘Y lo mismo ocurre con Dios’. Se dice que Barack Obama escribió a Yann Martel elogiando La vida de Pi como “una elegante prueba de Dios y del poder de contar historias”. Con todo respeto, señor Presidente, de hecho es la hermosa pero amenazada creación de Dios en toda su majestuosidad y misterio lo que es la prueba más elegante de Dios. Y, por pequeño que parezca nuestro bote salvavidas en el océano salvaje de este mundo, todos estamos llamados a desempeñar nuestro papel en el servicio y la preservación de las demás criaturas.
Job y el ficticio Pi no están solos. Todos tenemos una necesidad innata de pasar tiempo inmersos en la naturaleza. ¿Por qué? Con el fin de conocernos a nosotros mismos, y de conocer nuestro lugar en relación con nuestros semejantes, pero más aún para estar quietos y saber que Dios es Dios. Las características de la naturaleza salvaje: su familiar alteridad, su asombrosa belleza, su ritmo y su imprevisibilidad, nos dicen mucho sobre el carácter de Dios, “Porque desde la creación del mundo, los atributos invisibles de Dios: su eterno poder y su naturaleza divina, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que las personas no tienen excusa.” (Romanos 1:20)
Traducción: María Eugenia Barrientos / Marisa Raich
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