El corresponsal, el conservacionista y los delfines chinos
La lectura de la conmovedora nota de despedida de Michael McCarthy como editor de la sección de Medio Ambiente del diario The Independent provoca una profunda tristeza, en muchos aspectos, a los cristianos. Pero es difícil discutir sus puntos centrales. Lo he leído aquí en Hong Kong, donde acabo de tener el privilegio de pasar un tiempo en compañía de Samuel Hung, líder inspirador de la Sociedad Hongkonesa de Conservación de los Delfines.
Samuel debe tener uno de los trabajos sobre vida salvaje más duros de la tierra, ya que los planes masivos de recuperación de tierras y los proyectos de infraestructuras devastan los hábitats marinos que él lleva casi dos décadas documentando. En particular sabe que, como dice McCarthy, las personas son el único peligro significativo para las reliquias de la población altamente amenazada de los delfines blancos chinos que todavía resisten de alguna manera en estas aguas. De manera que está completamente de acuerdo con el punto esencial de McCarthy (en una repetición de argumentos bien conocidos por quienes leen el Génesis), que declara:
“La gente lo hace. Seamos claros al respecto. No es ningún fenómeno natural, como un terremoto o una erupción volcánica. Es la acción del Homo sapiens. Lo que estamos presenciando es un choque fundamental entre las especies y el planeta en el que él vive, que va a empeorar de manera constante, y cuanto más de cerca se observa –o por lo menos, cuanto más de cerca lo he observado en los últimos 15 años– más he pensado que hay algo fundamentalmente equivocado con el propio Homo sapiens. El hombre parece ser el niño problemático de la Tierra.”
El corazón y la mente profundamente cristianos de Hung le llevan a estar de acuerdo con McCarthy en que la naturaleza humana no puede ser considerada benigna; para decirlo en el lenguaje del diario The Independent, somos seres caídos. Para el confeso ex-católico McCarthy, nuestra caída es la conclusión ineludible de los años que lleva informando sobre la devastación humana de nuestro medio ambiente. Para el cristiano Hung, esto se desprende de la creencia de que si Cristo vino a salvar a la humanidad y a todos los seres creados, nosotros tenemos que salvar, por lo que tenemos un problema real y nada imaginario. Pero le entristece que McCarthy sienta que debe rechazar toda la historia cristiana que aporta una visión de ese tipo de narrativa. Sólo la fe cristiana de Hung le ha permitido seguir adelante en este difícil y doloroso camino como uno de los más respetados líderes y activistas conservacionistas de la región. Al día siguiente, otro activista ambiental de Beijing nos dijo exactamente lo mismo.
Tanto McCarthy como Hung tuvieron la amabilidad de no plantear el problema real: si la naturaleza caída del ser humano es el origen de la devastación del medio ambiente, ¿por qué la condición de salvado de un ser humano es tan raramente fuente global de esperanza para la creación? ¿Por qué no es más habitual que inspire el evangelio creativo en pro de la sanación y la sostenibilidad de la Tierra?
Para McCarthy, la evidencia de que la naturaleza humana puede ser redimible sólo se encuentra en las personas, aquellos a quienes él llama “los activistas verdes”, que al menos de momento han contenido la marea con tanta tenacidad y auto sacrificio. Escribe:
“En la visión cristiana del mundo, la humanidad no es básicamente benigna. Las personas no son buenas. Pero pueden ser redimidas. Ese es el punto, el eslogan de venta, por así decir, del cristianismo; y mañana, domingo de Pascua, es su celebración. Y lo que me ha evocado el hecho de dejar de ser editor de medio ambiente de este periódico durante la semana de Pascua es a cuántas personas he observado, durante los pasados 15 años, mientras libraban una dura lucha por salvar el mundo natural; porque, de alguna manera, ellos son los redentores de la humanidad.”
Samuel Hung sabe muy bien que, de todas las principales comunidades cristianas en todo el mundo, la iglesia de habla china ha sido una de las que más han tardado en entender que el Señor al cual sirven tan fielmente, y con frecuencia con tanto fervor, les llama a cuidar de su creación. Lamentablemente son pocos los ejemplos de hombres de negocios, educadores, predicadores o agricultores cristianos que cuidan de la creación en su ambiente diario de trabajo. El enfoque tradicional del pensamiento cristiano chino sobre el futuro se salta la vida en la tierra de Dios por un mundo futuro vagamente definido al cual escapan los creyentes –presumiblemente tras haber devastado éste en una aceptación ciega del materialismo y el individualismo–. Actualmente se producen muchas pérdidas: la vida familiar, la integridad comercial, un testimonio fidedigno de Cristo en los lugares de trabajo, la paternidad responsable. Y, por desgracia, a menos que veamos un milagro muy pronto, tendremos que añadir a la triste letanía de pérdidas al delfín blanco chino. Ah, y el decepcionado abandono de la fe por parte de Michael McCarthy.
Pero en pequeña medida ese milagro podría estar a punto de producirse, ya que treinta profesionales cristianos del medio ambiente se han reunido en Hong Kong para orar e intercambiar ideas acerca de proyectos futuros.
Todos deberíamos orar con ellos.
Traducción: María Eugenia Barrientos / Marisa Raich
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