Vivir en los márgenes
Recientemente pasé la noche en una casa rural y decidí dar un paseo a primera hora de la mañana siguiente. Hacía mucho frío y la tierra, dura como una roca, era un caleidoscopio de cristales de escarcha en los setos y los surcos mientras un sol rojizo se elevaba sobre el horizonte. Cuando vagaba por los senderos que bordean los campos, caminando rápido para calentarme, observaba las señales de vida salvaje. Aparte de unas cuantas liebres comunes (Lepus europaeus) y algunos grajos (Corvus frugilegus) que llegaban desde sus nidos, los campos estaban vacíos. Sin embargo, los setos y los márgenes de los campos eran un hervidero de vida. Gracias a los incentivos financiados por Europa para una agricultura respetuosa con la conservación había lindes amplios y llenos de maleza alrededor de los campos, y multitud de pinzones (Fringilla coelebs), jilgueros (Carduelis carduelis), pardillos (Carduelis cannabina) y escribanos cerillos (Emberiza citrinella) escarbaban en busca de semillas y se elevaban en bandadas ruidosas y llenas de colorido. Había senderos medio borrados entre las hierbas altas, trazados por ratones de campo (Apodemus sylvaticus), topillos (Microtus agrestis) y musarañas (Sorex spp.), y cernícalos (Falco tinnunculus) que sobrevolaban la zona utilizando su visión ultravioleta para localizar a sus presas. Conejos (Oryctolagus cuniculus) y faisanes (Phasianus colchicus) zigzagueaban por la parte baja de los setos para esquivarme.
La rica diversidad de los márgenes contrastaba fuertemente con la aridez de los campos. Qué absurdo es que economistas y agrónomos califiquen de «mejorados» a los desiertos tratados químicamente de la agricultura comercial y «sin mejora» a la riqueza natural de los márgenes. Pero la riqueza de la vida en los márgenes me dio que pensar. Unos días antes había estado ayudando en un refugio nocturno para el invierno que nuestra iglesia gestiona, para migrantes humanos (Homo sapiens) sin techo de Southall (Londres). Eran personas que vivían en los márgenes no mejorados de la sociedad, dependiendo de desperdicios y sobras. Muchos de ellos luchaban contra adicciones y problemas de salud mental, así como con la confusión de un idioma y una cultura que les son extraños, y con la decepción de los sueños rotos. Constituyen solo una pequeña parte de los millones de marginados en nuestro mundo fracturado, forzados a trasladarse por los conflictos y el clima. Me impresionó su dignidad cuando trataban de ayudarme a doblar sus sacos de dormir y a arreglar la ropa de cama antes de salir al frío exterior.
Mientras reflexionaba sobre estas dos experiencias vitales a los márgenes recordé la historia bíblica de Boaz y Rut. Dios cuida de quienes están al margen – humanos y no humanos – y nos llama a recibirlos con hospitalidad, compartiendo el botín que proporciona Dios mediante la creación. La vida no consiste en obtener el máximo beneficio económico, sea cual sea el coste ecológico y humano, sino en cultivar las relaciones y en reconocer nuestra conexión con quienes están al margen.
Pensando más allá, comprendí con qué frecuencia habla Dios desde los márgenes para que seamos conscientes de nuestra esterilidad. Jeremías, Ezequiel y Juan Bautista estaban entre los muchos profetas que vieron las cosas con más claridad porque vivían en condiciones precarias, inmunes a los efectos contaminantes de una sociedad tóxica. En nuestro mundo globalizado y alimentado por combustibles fósiles, adicto a los falsos dioses del crecimiento económico desenfrenado y el exceso de consumo, necesitamos escuchar a quienes están en los márgenes. Necesitamos oír las voces de refugiados, poetas y profetas, y el graznido de las últimas alondras (Alauda arvensis) y tórtolas (Streptopelia turtur) que nos avisan del desastre y nos invitan a vivir de una forma diferente y mejor.
Finalmente, escribiendo mientras A Rocha lanza en el Reino Unido la nueva iniciativa EcoChurch, creo que hay una llamada profética a las comunidades cristianas para que pasen a los márgenes. Necesitamos vivir con otro punto de vista, personificar valores alternativos al discurso dominante. Nuestras iglesias pueden modelar una forma de vida que celebre la vida en los márgenes, dé la bienvenida al extraño, cuide la biodiversidad y demuestre la riqueza y la alegría que se hallan al compartir y en la sencillez. Por tanto, quisiera animarles a unirse a mí mirando a nuestro alrededor, escuchando y aprendiendo de quienes están en los márgenes. Mientras lo hacemos, probablemente nos daremos cuenta de que Jesús ha llegado antes que nosotros.
Traducción: Sergio Lorenzi / Marisa Raich
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