Milagros suceden cuando las personas oran
Todavía recuerdo cómo comenzó todo siete años atrás… Oíamos los camiones que bajaban hacia el marjal oriental y veíamos cómo se elevaba el humo. De alguna manera sabíamos que iba a ser una larga batalla, pero no sabíamos cómo terminaría.
Desde el comienzo estuvo claro que necesitaríamos un “gran milagro” porque era una lucha muy desigual, se trataba de un enfrentamiento de David contra Goliat. El primer signo de la fidelidad de Dios llegó de la propuesta de un grupo local de venir a orar por nosotros una vez al mes. Estas buenas personas de Dios viven en el Algarve la mayor parte del año y provienen de diferentes iglesias y de diferentes orígenes cristianos. Se reúnen regularmente para orar. ¡Qué ejemplo! Mientras la mesa de mi cocina desaparecía bajo montones de documentos y más documentos a causa de los nuevos intentos de destruir los marjales, y a lo largo de toda la larga espera: días, semanas, meses y años, estuvieron con nosotros, pidiendo a Dios que salvara la ría de Alvor. A sus voces se unieron muchas más de nuestra grande y maravillosa familia A Rocha y otras de todo el mundo; ¡incluso amigos que no profesan ninguna fe se unieron a nosotros en alguna forma de oración! Sentíamos el cuidado y el amor de Dios en medio de nuestra angustia, y eso nos dio valor para seguir adelante.
Cuando tuvieron lugar las primeras audiencias hubo algunas señales de esperanza. Fueron precisas largas horas de trabajo para construir un buen caso. Sólo un juez corrupto podría no darnos la razón (por desgracia, podría darse el caso…). Pero aún así tuvimos que esperar, y esperar, y esperar… De alguna manera, siempre faltaba algún papel o lo había extraviado el secretario del tribunal. De nuevo nos apoyaron las oraciones.
Una noche Marcial [su marido y co-director del centro] subió las escaleras a toda prisa (no quería gritar, porque no nos estaba permitido decir nada hasta que se publicara el veredicto), me dio un gran abrazo y dijo: “Hemos ganado”. ¡No podía creer a mis oídos! Nos pusimos a saltar (sin hacer mucho ruido) en nuestra sala de estar, llorando a lágrima viva. ¡Qué sensación tan maravillosa! No era solo por el hecho de haber ganado—también percibíamos la justicia de Dios. No era nuestra victoria, sino la victoria de Dios y de aquellas voces que oraban, más efectivas que los dispositivos humanos.
En la siguiente reunión del grupo de oración, lo celebramos en la sala común de Cruzinha con una copa de champán y algunas frutillas (¡después de todo, se estaba celebrando el torneo de Wimbledon!) y levantamos las copas en agradecimiento a Dios, el Creador y Protector de la ría de Alvor (y de todo el mundo).
Traducción: María Eugenia Barrientos / Marisa Raich
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