Hacia una teología sobre lavar los platos
¿Qué es mejor, usar el lavavajillas o lavar los platos a mano? Recientemente un grupo de miembros de A Rocha, que normalmente estamos dispersos por diferentes continentes, volvimos a encontrarnos durante una semana de reuniones. Cocinábamos nosotros mismos; la cocina disponía de un lavavajillas y también de un fregadero de doble seno, por lo que surgió un debate acerca de las virtudes de un sistema de lavado en comparación con el otro. Comprendo que se trata de un dilema del mundo de los ricos, pero como es un tema que, por lo general, surge a menudo en diferentes conversaciones y plantea cuestiones interesantes, me ha parecido que valía la pena reflexionar al respecto.
La mayoría de los debates acerca del tema se limitan a las consideraciones técnicas: ¿qué método es más ecologista, más limpio, usa menos cantidad de CO₂, consume menos agua o ahorra más tiempo? Existe un gran número de artículos periodísticos, de revistas o de sitios web que declaran con alivio y placer que «las encuestas demuestran» que ¡el ganador es el lavavajillas! Debido a mi carácter desconfiado, decidí investigar tal afirmación. ¿Son patrocinadas esas encuestas por los fabricantes de lavavajillas? Hasta donde he podido averiguar, todos los artículos se remontan a una misma fuente: una encuesta realizada en cuatro países europeos, dirigida por Christian Paul Richter junto a otras personas de la Universidad de Bonn, Alemania, entre 2006 y 2007; el resultado se publicó en diversos periódicos [1][2][3]. En los artículos no se menciona a ningún patrocinador, pero una rápida búsqueda por internet revela que los «socios» del proyecto eran dos fabricantes de lavavajillas (Electrolux y ASKO) y dos compañías que fabrican detergente en pastillas para lavavajillas (Henkel y Reckitt) [4]. Eso, por supuesto, no significa que la encuesta en sí no se realizara de forma independiente y con una base científica, pero aun así la participación de esas empresas no es un dato menor.
En cuanto a los resultados de las encuestas —y he leído atentamente los artículos—, son mucho menos contundentes de lo que sugieren encabezados como «Los lavavajillas son más ecológicos», titulares citados con gran frecuencia. Como sucede con tantas otras cosas, la verdadera respuesta es «depende». Sí, los lavavajillas ahorran tiempo y limpian con mayor profundidad, en especial —como nos recordaba constantemente mi ya difunto tío Alec, que era médico— ¡si se utilizan paños sucios para secar los platos! Además (y preste atención a todos los «si»), si el lavavajillas es nuevo y eficiente, si sólo se utiliza lleno, si siempre se usa a una temperatura baja (ecológica) y si la electricidad que llega a su hogar también es «ecológica», entonces sí usará menos agua, producirá menos CO₂ y detergente que el promedio que se emplea para lavar los platos a mano. Sin embargo, si solo lava los platos de una o dos personas, si utiliza habitualmente la función de prelavado, si lava los platos a una temperatura elevada, y si hace funcionar el lavavajillas con sólo media carga (¡porque de lo contrario se queda sin platos limpios!), entonces la mejor opción es lavar la vajilla a mano. La encuesta también mostraba una amplia variedad de estilos para lavar los platos a mano. Claramente, si para lavar los platos dejamos abierto continuamente el grifo del agua caliente (canilla para mis amigos latinoamericanos), consumiremos una enorme cantidad de agua y de energía. Pero si previamente eliminamos de los platos todos los restos de alimentos, utilizamos un bol para lavar y otro para enjuagar, y el calentador de agua funciona con gas (mucho más eficiente que la electricidad no ecológica), seguramente seremos más ecológicos que nuestro mecanizado vecino..
Hasta aquí los tecnicismos; lo que más me interesa es saber por qué la gente desea desesperadamente tener un lavavajillas para sentirse bien, o por qué defiende obstinadamente el lavado a mano. Y aquí es donde aparece la teología. A fin de cuentas, lavar los platos es una tarea doméstica diaria que puede ser un fastidio o una oportunidad para rezar, para servir y para desarrollar la comunidad. Como nos recuerda Tim Chester en «The Everyday Gospel: A Theology of Washing the Dishes» (El evangelio cotidiano: Una teología sobre lavar los platos) [5], la forma en que realizamos las pequeñas tareas diarias es tanto una expresión de nuestra relación con Dios como una conversación «espiritual». Lavar los platos, como llevar a los niños al colegio, tender la ropa recién lavada o clasificar los desechos reciclables, pueden ser tareas que nos molesten o pueden expresar algo acerca de nuestra relación con Dios.
De manera similar, la tecnología evita que nos ensuciemos las manos (o, en este caso, ¡que las limpiemos en extremo!). Imagine si Jesús, en lugar de arremangarse las mangas y lavar los pies polvorientos de sus discípulos, hubiera pagado a alguien para que lo hiciera o les hubiera regalado un spa electrónico para los pies. No habría sido lo mismo. Las máquinas son buenos sirvientes, pero malísimos amos. Demasiadas veces he visto a personas pasando una eternidad cargando y descargando el lavavajillas mientras prelavaban y lavaban ollas y sartenes a mano tan a fondo, que el tiempo y la energía que creían ahorrar se esfumaban por completo. Pero, de alguna forma, una vez tenemos la máquina nos convertimos en adictos a usarla. Si tiene un lavavajillas, no dude en utilizarlo cuando tenga muchos platos que lavar y lo pueda llenar mientras usted se relaja con sus invitados, pero no se sienta obligado a utilizarlo todos los días.
Por último, lavar los platos a mano puede ser una maravillosa manera de profundizar en la comunidad y construir relaciones; y esta es la clave de lo que primero me atrajo de A Rocha. En muchos centros de A Rocha existe la costumbre de que los invitados descansan el primer día, pero luego todos se unen para colaborar a la hora de lavar y secar los platos. Hemos tratado de hacer lo mismo en nuestra familia, incluso con las visitas. Puede parecer que los adolescentes de hoy en día se asustan la primera vez que se les entrega un trapo de cocina, pero pronto se unen a la charla y bailan al ritmo de las canciones que nunca faltan en nuestra cocina, y se relajan, ríen y ni siquiera se dan cuenta de que están trabajando. Los debates alrededor de nuestro fregadero van desde los absurdos y superficiales a los más dolorosos y filosóficos, pero hacer algo juntos con nuestras manos parece invitarnos a conversar y a hacer amistades.
Entonces, ¿Cuál es la postura de usted a este respecto? ¿En el fregadero, con las manos metidas en el agua jabonosa, o saboreando un café mientras el lavavajillas hace el trabajo? Me encantaría escuchar sus opiniones, y si alguna vez pasa por aquí verá que en nuestra casa también tenemos un lavavajillas; se llama Dave.
[1] Richter, C. P. (2010). Automatic dishwashers: efficient machines or less efficient consumer habits? International Journal of Consumer Studies, 34(2), 228–234
[2] Richter, C. P. (2011). Usage of dishwashers: observation of consumer habits in the domestic environment, International Journal of Consumer Studies, 35, 180–186
[3] Richter, C.P. and Stamminger, R. (2012). Water Consumption in the Kitchen – a Case Study in Four European Countries. Water Resources Management, 26(6), 1639–49
[5] Chester, T. (2013), The Everyday Gospel: A theology of washing the dishes, 10Publishing.
Imagen: Lavando los platos, por Edd Couchman
Traducción: MorenaC / Marisa Raich
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