20 octubre 2015 | Ruth Valerio | 0 comentarios

Dios de todos los ecosistemas

Siempre es agradable cuando todo encaja en el cerebro (especialmente para mí, ya que raras veces me ocurre…); una de esas raras veces se produjo hace unos días.

El ciclo de la vida: Una tarabilla norteña (Saxicola rubetra) engulle una polilla tigre rubí (Phragmatobia fuliginosa) (foto: Edmund Fellowes)

El ciclo de la vida: Una tarabilla norteña (Saxicola rubetra) engulle una polilla tigre rubí (Phragmatobia fuliginosa) (foto: Edmund Fellowes)

Estaba pensando en un par de charlas que tenía que pronunciar, basadas en el esquema relacional de tres elementos que utilizo a menudo cuando hablo de lo que significa ser seguidor de Jesús y de cómo cuidar el mundo natural en su conjunto es una parte esencial de ese esquema. Para expresarlo de manera sucinta (porque no es el tema central de este aporte), veo a los seres humanos como seres que han sido creados para relacionarse: con Dios, con sus semejantes y con la creación en su conjunto; que la Caída rompió esas relaciones, y que Jesús vino a restaurarlas a todos los niveles (es decir, que su vida, muerte y resurrección tuvieron que ver con algo más que con la reconciliación de los seres humanos con Dios, por importante que fuera esto). Estamos llamados a unirnos a este Evangelio de reconciliación en nuestras propias vidas, como personas individuales y como iglesias, y a trabajar por restaurar las relaciones –la paz– a todos los niveles.

(Verdaderamente he sido muy sucinto: ¡podría pasarme una hora o dos desarrollando ese párrafo, trabajando el material bíblico y analizando sus implicaciones prácticas!)

De todos modos, lo que quiero decir es que entiendo que esas relaciones proceden del hecho de que hemos sido creados por un Dios que guarda relaciones en su corazón –es decir, que es una Trinidad– y que nosotros reflejamos a ese Dios.

En consecuencia, los seres humanos somos esencialmente relacionales: no existimos en un espléndido aislamiento independiente de las cosas y los seres que nos rodean; encontramos nuestra identidad a través de las relaciones que forman nuestra vida –con Dios, con el prójimo, con el mundo natural–, y cuando falta o se perturba alguno de estos elementos sufre nuestra propia naturaleza humana.

Mientras reflexionaba sobre esto, me vino a la mente cómo este tema tiene un alcance más amplio y no abarca sólo a los seres humanos; el hecho es que todo el mundo natural está construido sobre la base de relaciones. Estamos habituados a llamarlas ecosistemas, pasando así por alto lo que nos revelan; pero, desde el punto de vista teológico, son simplemente relaciones.

Piense en esto: dondequiera que mire, todo lo que ve (y lo que no ve) está relacionado con algo más. No hay una sola cosa que exista en este mundo sin estar ligada a otra. Todo nuestro mundo está impregnado de ecosistemas y se basa en éstos: miles y miles de ellos, entrelazados unos con otros.

Y, de pronto, pensé: «¡Pues claro!». Pues claro que vivimos en un mundo en el que nada está aislado y todo está en relación con otras cosas. Este mundo existe porque el Dios trinitario, que tiene relaciones en el núcleo de su propia esencia, se derramó y creó algo que es un reflejo de sí mismo. Pues claro, entonces, que este mundo está formado por ecosistemas,  porque refleja a un Dios de naturaleza absolutamente relacional.

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Categorías: Reflexiones
Palabras clave: ecología teología
Sobre Ruth Valerio

Ruth tiene un doctorado en investigación en sencillez y consumismo. Elabora el pensamiento teológico que respalda el trabajo de A Rocha en el Reino Unido y coordina a nuestro pequeño equipo de oradores. Ruth está casada con Greg y ambos viven en Chichester con sus dos hijas. Puede seguir el blog de Ruth en ruthvalerio.net.

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