8 enero 2018 | Robert Sluka | 1 comentarios

A la espera del huracán Irma

El Dr. Bob Sluka, científico jefe de nuestro Programa de Conservación Marina y Costera, escribe acerca de su experiencia durante la espera del huracán Irma en septiembre de 2017.

Nuestra familia ha vivido en el extranjero durante los últimos 21 años, y volvimos a Florida justo una semana antes de la llegada del huracán Irma. Según como se mire, era un mal momento. No obstante, fue bueno pasar por esta experiencia viviéndola en familia. Tampoco fue nuestra primera experiencia con un huracán: tanto Bob como Cindy vivieron el Andrew [en 1992] cuando estudiaban en la Universidad de Miami. Esta vez ha habido mucha más información y, por lo tanto, mucha más expectación.

Mirábamos las informaciones diarias sobre cambios mínimos en el trayecto o la intensidad del huracán. Fue interesante comprobar, desde un punto de vista de comunicación científica, que las cadenas de TV de la zona de la bahía de Tampa informaban del trayecto previsto del huracán a partir de unos 10 modelos distintos; lo llamaban “trayecto spaghetti”. Mientras que la atención se centraba en los principales modelos europeos y estadounidenses, no dejaban de insistir en la diferencia entre los modelos y en lo difícil que era predecir el tiempo con tanta antelación. Pero lo hicieron, y nosotros esperamos.

El jueves anterior a su llegada decidimos celebrar el 14º cumpleaños de mi hija y viajamos durante unas horas hacia el norte para hacer tubing en el río Rainbow. El estado de Florida cuenta con la bendición de unos manantiales sorprendentemente limpios de agua fresca que se filtra a través de la tierra caliza y donde se refugian los manatíes en invierno. Resultó que las instalaciones de tubing estaban cerradas, de manera que nos bañamos en el manantial y vigilamos por si había cocodrilos, tal como aconsejaban los carteles. También había olvidado que en Florida hay osos, pero las señales a lo largo de la carretera nos lo recordaban cuando atravesábamos hábitats de osos. Me alegré de haber llenado el depósito de nuestro vehículo unos días antes, porque prácticamente todas las gasolineras estaban sin combustible: en las pocas que sí tenían, había colas de 20–30 coches esperando para repostar.

Llegamos a casa a tiempo de ver más “trayectos spaghetti” en la tele, y esperamos. Afortunadamente decidimos no unirnos a las largas filas de vehículos que intentaban salir del Estado. El hogar en el que nos alojábamos estaba relativamente alto (14 pies / 4,2 metros) y se encontraba a una milla aproximadamente tierra adentro, por lo que nos sentimos lo bastante seguros como para no marcharnos. Comenzamos a prepararnos seriamente, metiendo dentro todo lo que pudiera salir volando. A mí me tocó encargarme de los comederos para pájaros del jardín de atrás, uno de los cuales estaba cerca de un bosque pantanoso. Mirando bien si había cocodrilos antes de plantar la escalera, retiré el comedero del lindero del bosque. Buscamos agua en las tiendas locales pero con pocas esperanzas; toda el agua se había vendido hacía días. En casa localizamos todos los utensilios que pudieran contener agua y los llenamos. Pusimos todos los documentos importantes en bolsas herméticas, y extrajimos las fotografías de la cámara y las subimos a la nube por si acaso. En el garaje, ordenamos todas nuestras maletas y baúles llenos de ciencia oceánica para poder meter dentro los coches. A continuación, más televisión y disección del trayecto del huracán.

Entonces la información llegaba del Caribe y mostraba la devastación. Se estaban evacuando los cayos de Florida, y después la trayectoria empezó a cambiar hacia la costa oeste de Florida, ¡y preveían que el ojo pasaría casi por encima de la casa donde nos alojábamos! Para entonces ya era demasiado tarde para marcharnos, pero también teníamos paz y nos sentíamos seguros en nuestra elevación de 14 pies. La mayor preocupación de los niños era que tuviéramos los tentempiés correctos; bollos de pizza Jeno, para los que están en el ajo.

Y esperamos. El sábado fue soleado y nos bañamos en la piscina comunitaria… junto con todas las tumbonas y sillas. Un poco peligroso, pero el agua estaba fría y el jacuzzi caliente. Los niños decidieron que aquella noche necesitábamos palomitas de maíz y películas de desastres. Todas las tiendas habían cerrado a mediodía; sólo quedaba esperar. Por suerte tuve la previsión de tomar prestados en la biblioteca un montón de libros interesantes. Aquella noche paseamos por el vecindario mientras el viento comenzaba a arreciar al llegar los primeros atisbos del huracán. Con varios vecinos que se habían quedado, conversamos acerca de las posibilidades que teníamos. Comprobamos los paneles solares de nuestro tejado y pensamos que parecían bastante seguros; es sorprendente que aquí, en el estado soleado, tan pocas casas los tengan.

Llegó la mañana del domingo y la mayoría de las iglesias cancelaron los servicios. Hicimos preparativos de última hora, pero lo que más hicimos fue esperar. Las previsiones para nuestra zona decían que el huracán probablemente afectaría en especial a una zona bastante más al sur de donde estábamos nosotros, lo que significaba que era probable que su potencia fuera menor y los daños menos importantes que los que se habían previsto originalmente, al menos para nosotros. Empezó a llover, y terminé a toda prisa un informe sobre el programa marino para nuestras reuniones del equipo de A Rocha que debían tener lugar la semana siguiente, por si acaso nos quedábamos sin energía eléctrica durante algunos días. Estas responsabilidades laborales «críticas» de última hora quedaron terminadas y fueron enviadas por correo electrónico.

El viento y la lluvia comenzaron en serio al final de aquella tarde. A esta familia acuática sólo le quedaba una cosa por hacer: ¡lanzarse a la piscina y al jacuzzi! Nos pusimos los bañadores y recorrimos a pie los pocos centenares de metros hasta la piscina comunitaria. Llovía a cántaros mientras nadábamos entre tumbonas, protegidos contra el viento en la piscina. Las palmeras que rodeaban la piscina se doblaban por la fuerza del viento, y nos refugiamos en la calidez del jacuzzi. Como no queríamos correr demasiados riesgos, y en vista de que detrás de nosotros había líneas eléctricas, volvimos a la casa para una última comida con electricidad (pizza, por supuesto). Teníamos otra película de desastres; era tan mala que, de hecho, dimos gracias por quedarnos sin electricidad antes de que terminara.

Con velas y linternas, nos reunimos todos en el oscuro porche trasero. Probablemente no era el mejor lugar donde estar con aquel fuerte viento, pero tenía un tejado sólido y estaba bastante cerca del bosque, por lo que podíamos oír el rugido del viento y la lluvia y cómo los árboles se movían y se partían sus ramas. Nuestro hijo mayor sacó su guitarra y dirigió nuestras canciones. Yo me dediqué a escuchar cómo tocaba y cómo los demás cantaban. Finalmente nos entró sueño y fue hora de la lectura obligada de Harry Potter antes de acostarnos.

Pusimos los despertadores a las 2 de la madrugada, porque ese era el momento en que se suponía que el ojo del huracán pasaría más cerca de nosotros. Cuando despertamos había un viento muy fuerte, pero el cansancio hizo que volviéramos rápidamente a la cama. Despertamos de nuevo con las primeras luces del día y pudimos ver que la mayor parte del vecindario había escapado de los peores efectos de la tormenta. Era evidente que habría que limpiar muchas ramitas y hojas de palmera, pero no había daños mayores. Los paneles solares resistieron. Al haber trabajado durante semanas en la limpieza posterior al paso del huracán Andrew, nos sentíamos agradecidos, pero también comprendimos que otras personas, más al sur, no habían salido tan bien paradas. Pasamos el día limpiando y ayudando a otros vecinos a hacer lo propio. Y al final, por supuesto, de nuevo a la piscina. Había millones de personas sin energía eléctrica, pero la nuestra se restableció con mucha rapidez.

Los preparativos fueron importantes; hubiera podido ser mucho peor, como les ocurrió a otras personas. Mientras escribo esto estoy escuchando Foggy Road interpretada por Burning Spear. Parece apropiada tanto para el tiempo de espera del huracán como para el camino que tenemos por delante mientras empezamos de nuevo en Florida. Estamos agradecidos por tener amigos, familia y a nuestro Creador Dios que nos ama.

Imagem satelital propiedad de la NASA. Las otras fotos son de Bob Sluka.

Traducción: Marisa Raich

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Categorías: Historias
Palabras clave: EE.UU. tormentas
Sobre Robert Sluka

El doctor Robert D Sluka dirige el Programa de Conservación Marina de A Rocha. Es un explorador curioso, que aplica soluciones esperanzadoras, optimistas y holísticas a todo lo que está enfermando a nuestros océanos y a las comunidades que dependen de ellos. Las investigaciones de Robert se centran en la conservación de la biodiversidad marina, la contaminación por plásticos y la pesca, especialmente en las áreas marinas protegidas. El objetivo final es glorificar a Dios a través de la transformación de los océanos y las comunidades mediante la conservación marina holística.

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Una respuesta a “A la espera del huracán Irma”

  1. […] acababa de mudarse con su familia a la costa de Florida (pueden leer este informe de primera mano, A la espera del huracán Irma). Y es en ese sentido personal como debemos responder en primer lugar, como cristianos y […]